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lunes, 20 de agosto de 2012

Cuanto más infantil eres, más te quiero.


 Llegados a tal punto en el que las cosas no pueden volver atrás, en ese momento en que te gustaría retroceder unos meses y ponerte a pensar cómo empezó todo, como llegó a suceder todo aquello.  Te pones a recodar y recuerdas como os conocisteis, como pasabais olímpicamente uno del otro; recuerdas cuando empezasteis a salir cada vez más y como comenzaron las risas, los abrazos, los besos; como eran aquellas conversaciones hasta las cuatro de la mañana todos los días. Recuerdas como os confiabais todo lo que os pasaba, todo lo que ocurría en ese día con esa persona. Como era tema principal en clase con tus amigas, y protagonistas de los sueños de cada noche, formando aventuras aún no habían sucedido.
Y los días pasaban,  y cada día era una nueva ilusión. La ilusión por llegar a casa, conectarte, y ver su nombre en la  lista del chat, que empezase una batalla por dentro de tu cabeza donde luchaban las ganas de hablarle y el orgullo y, para después, acabar empate cuando saltaba esa ventanita que te indicaba que te hablaba. Y te salía una sonrisa estúpida en la cara.
Más días, mas conversaciones, más risas, más sonrisas estúpidas… más rallazos. Cuando estábamos juntos eran una lucha de miradas y sonrisas calladas que lo decían todos. Y luego, cuando se iba, el corillo de tus amigas diciendo lo mismo: “¿te gusta verdad? ¿Has visto como te mira? ¿Has visto como lo mirabas? ¡Os estabais comiendo con la mirada! “Y no podías hacer otra cosa que sonreír mientras negabas con la cabeza, aunque en el fondo te gustaría que fuese verdad, aunque en el fondo supieses que en una pequeña parte todo si era verdad.
Pero con el tiempo se aprende a no ignorar la realidad, y la realidad era obvia. No sé qué le vi. Era el típico niño inmaduro, infantil; el típico niño que se pasaba todo el día haciendo gilipolleces con los amigos para llamar la atención, el típico payaso que nos hacia reír a todos con sus tonterías. Pero yo lo conocía, lo conocía de su otra forma, y cuando quería, era el chico más maduro que podía existir, aunque en persona después no lo demostrase. 
Sus amigos me decían que siempre hablaba de mí, que se le veía más alegre desde que salíamos en el mismo grupo, pero claro, tú no quieres creer nada hasta que no salga de su propia boca. Me acuerdo de las veces que me preguntaron “¿Te gusta?” y yo lo negaba, intentando creerme mi propia mentira, aunque claro, llega un momento en que la evidencia es obvia, no se puede ocultar cuando ves a la otra persona con unos ojos diferentes. Pero lo bueno de cuando te preguntaban qué veías en esa persona, era el saber que eso que te encanta de él, no lo ve nadie más, solo tú. Y después de todo, te sientes taaaaaaaaaaaaaaaan increíblemente bien  a su lado, porque hace las cosas fáciles. Y cada vez que lo miraba, no sé, era como darme una razón más para que hiciese lo que quisiera que hiciese sobre mí. Yo no sé si esto era de verdad, o simplemente era un efecto de las hormonas producido por la edad gilipolla en la que me encuentro actualmente, el hecho es que me gustaba.
Pero una es tan cobarde para callar lo que siente, que supongo que nunca me atreví a decirle nada, aunque él ya lo sabía. Y él tampoco llegó a decirme nada, pero yo también lo sabía. Una persona puede decir lo que quiera, puede fingir lo que quiera, pero una mirada lo dice todo.
Era tan fácil que me preguntasen por qué no estábamos juntos, pero tan difícil de explicar. Y sí, es cierto que en más de una ocasión estuve a punto de olvidarlo, pero el verle todos los días, y que se comporte tan foreigner`gergbegerur conmigo, no ayuda nada. Esos piques que tenemos, y como me dijo él en su día “Si tanto le gusta picarte, es por dos cosas, o porque es un niño chico, o porque te quiere “. Y supongo que él tiene un poco de las dos cosa. Pero cuanto más inmaduro era y más gilipolleces hacía, más me gustaba a mí.  Y a día de hoy, continuamos en los mismos planes. Y claro que lo sabemos, ambos lo sabemos, pero las cosas no son fáciles, y en cierto modo es mejor, porque si todo fuese fácil no tendría mérito conseguirlo. Porque lo que fácil viene, fácil se va.