“Es un simple bache”, dicen.
Pero y si se te pinchan las ruedas, ¿cómo sales de él? Algunos dirán “no sales”,
otros dirán “empujando” Si, empujando… Puedes hacerlo una vez, y otra, y otra…y quizás otra más. Pero llega
un momento en el que ya no puedes, te cansas, te sientes frágil, débil, inútil,
vacía… Sientes que no eres capaz de superar ese obstáculo. Lo intentas y
fallas. Lo vuelves a intentar y vuelves a fallar. Caída tras caída. Somos como
un jarrón, parecemos fuertes, pero no lo somos. El jarrón se cae, se rompe y
somos capaces de arreglarlo. ¿Pero quién tiene en cuenta sus grietas? Ah… tú te
caes, te levantas, y por mucho que te “arregles”, al igual que el jarrón,
siempre quedarán esas grietas. Grietas que, al volver a caer, se hacen más y
más grandes, y llega un momento en el que esas grietas son imposibles de arreglar, de disimular.
Entonces es cuando te rompes, te rompes en mil pedazos. Pedazos que caen como
lágrima, lágrimas que en un día de lluvia, caen en su compás.
Y dime, ¿Cuántos intentos
fallidos llevan escritas tus ojeras?
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